Triple corona
Triplete. Tres veces campeones. La primera derrota de Cristiano Ronaldo frente al Barça, y, además, proféticamente, vestido de blanco. Miles de sensaciones se me acumulan todavía en las retinas, en las papilas gustativas, en cada rincón de mi alma culé. Es increíble lo que puede llegar a sentirse cuando se culmina de esta manera un sueño que se ha venido soñando, al principio tímidamente, luego y progresivamente cada vez más eufórico. Soy enemigo de cualquier euforia excesiva, y más de aquéllas que no dependen de uno solo. En el caso de este Barcelona, que, haciendo referencia al legendario "Dream Team" dirigido por Johan Cruyff, ya es conocido como el "Pep Team", el mérito de todo ésto que hemos vivido hay que atribuírselo, mal que le pese, a un señor que se llama Josep (Pep para los amigos) y se apellida Guardiola, y que ya dirigía al equipo, desde el campo, cuando era jugador. De éso no hace tanto tiempo (apenas tiene 38 años), pero lo asombroso es dónde estaba él y donde estaba este mismo grupo humano hace tan sólo doce meses. La única experiencia de Pep como técnico había consistido en dirigir al Barcelona B, un equipo plagado de canteranos, de chavales jóvenes curtidos en la cantera blaugrana, La Masía. Pero ¿y los futbolistas que anoche culminaron su gloriosa campaña? Hace un año estaban destrozados anímicamente, desahuciados moralmente tras dos temporadas consecutivas de estériles fanfarronadas institucionales que el virus inoculado por la desidia de Ronaldinho y la indisciplina de Deco les contagió a todos. Sí, básicamente los mismos hombres que antaño parecían unos acabados, ahora deslumbran al mundo. Podríamos decir que más determinante que las llegadas de Alves, Piqué, Keita, Cáceres y Hleb han sido las bajas de Deco y Ronaldinho, las auténticas ovejas negras de un vestuario que, dirigido con mano maestra por Guardiola, ha renacido en la grandeza del juego, la belleza de la deportividad y la ilusión contagiosa por la culminación de un proyecto construido con paciencia y humildad. Con todo, he de decir que anoche, frente al Manchester, mis primeras sensaciones no fueron nada positivas. Había ido a presenciar el encuentro al mismo bar alhameño en el que ya viví el 2-6 frente al Madrid y el cardíaco 1-1 que dejó en la cuneta al Chelsea, pero creo que fue la presencia de mi hijo lo que le confirió al momento un encanto verdaderamente especial. Incluso cuando uno trata de ser un buen padre y dar un buen ejemplo decente y constructivo a sus descendientes, me temo que los nervios o la exaltación contribuyen a que la boca dispare como balas un sinfín de vocablos malsonantes de aquéllos que tanto le gustaban a Don Camilo (José Cela). Como en una colmena nutrida de aficionados de casi todos los colores, pudimos presenciar cómo los primeros compases del juego revelaron que el Manchester iba a por todas, y también que las dos semanas sin jugar habían conseguido que los titulares habituales de Guardiola perdiesen casi todo su ritmo y su repertorio de magia habitual. Cristiano Ronaldo, que todo el mundo sabe que ya es prácticamente madridista, era el más destacado de su equipo, el motor y el pulmón y el ariete más peligroso. Pero la suerte o la habilidad de Valdés impidieron que la pelota entrase, y, tras diez minutos de sufrimiento, la calma regresó con un golazo de Eto'o que Iniesta le sirvió en bandeja, y el camerunés, para variar, no desaprovechó su gran oportunidad de reivindicarse. En el palco, Zapatero y el Rey dieron botes eufóricos ante la mirada sonriente de Platini y Montilla, la seriedad del Príncipe Guillermo y la risueña somnolencia de Berlusconi, que más tarde no podría evitar sucumbir a alguna inoportuna cabezada, más imputable a la soporífera actuación inicial de Andrea Bocelli que al toqueteo blaugrana. Con el 1-0, las cosas empezaron a cambiar, y, alrededor del minuto 25, el Barça volvía a ser el Barça de siempre. No obstante, en más de una ocasión se notó la ausencia de Márquez, Abidal y, sobre todo, de Dani Alves. Touré Yayá disputó su peor partido como central, y el centro del campo se resintió al tener que cederle su puesto a Busquets, quien, en cualquier caso, tampoco lo hizo mal. Sylvinho fue finalmente el lateral izquierdo, pero su actuación osciló entre la excelencia y la torpeza, con algunos pases hacia atrás que cortaban abruptamente las jugadas. En la otra banda, si bien es verdad que se echaron en falta las portentosas galopadas y los apoteósicos centros de Alves, es de justicia reconocer el monumental trabajazo de Carles Puyol, un capitán al que todos hubiéramos seguido hasta el fin del mundo. En la segunda mitad llegó el gol de cabeza de Leo Messi, indiscutible vencedor del duelo de estrellas frente a Cristiano, y aún pudo haber alguna otra propinilla que acabó siendo innecesaria. ¿Qué decir de los gladiadores vestidos de azul y grana que se coronaron de laureles a los ojos del Imperio Romano y de prácticamente todo el mundo? Valdés cumplió con solvencia, Piqué estuvo potente pero no prepotente, Eto'o se reencontró con el gol en el mejor momento, Henry lo intentó pero se perdió en sus propias filigranas, Puyol fue más que un gladiador, casi un semi-Dios, Messi dejó algunos relámpagos cegadores de su genio, , Iniesta dio un paso más para convertirse en el deportista más admirado, poseedor de un arte que no empaña las bondades de su corazón, y Xavi... Xavi no sólo fue elegido el mejor jugador de la final, como también lo fue de la pasada Eurocopa, sino que rayó a una altura futbolística que yo pocas veces he visto en un terreno de juego. La serenidad, la paciencia, la precisión, la agilidad de mente y reflejos y la honestidad de este caballero no tienen igual y dudo que exista un relevo que se le pueda comparar. ¡Xavi, no te jubiles nunca! Cuando el árbitro dio el pitido final, todos nos pusimos en pie al grito de "¡Barça, Barça, Barça!", y, a pesar de que Cristiano Ronaldo ya dio muestras de un comportamiento chulesco y antideportivo al que pronto podrá dar rienda suelta y que anoche ya ensayó con el pobre Puyol, no hubo esta vez cánticos antimadridistas. Y bien que se lo hubieran merecido los merengones, tras los últimos artículos de los agitadores Guasch y Roncero, que ayer mismo confesaba que tanto él como el 99,9 % de los madridistas debían estar del lado del Manchester. Pero tranquilos, que, como ya sucedió tras la consecución de la Copa del Rey, hoy mismo surge la figura redentora de Florentino Perez para que los del Barça no tengamos ni veinticuatro horas enteras de hegemonía mediática. Con su blanco merengue se lo coman. Pero no pensemos en un futuro inescrutable, sino vivamos este presente incomparable. Probablemente el mejor Barça de la Historia, el mayor orgullo de los culés, la satisfacción indisimulable para quien ame el Deporte, y todo ello gracias a un hombre que se llama Josep (Pep para los amigos) y se apellida Guardiola.
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