Un toque de atención
Parecía inconcebible. De hecho, una parte de mi ni siquiera se lo acaba de creer todavía. Recuerdo que ayer, cuando el partido ante el incógnito Rubin Kazan estaba alboreando, estaba comentando el probable penalty contra Iniesta en la primerísima jugada del partido, cuando los rusos se pegaron una carrera y, sin apenas oposición de nuestra defensa, se plantaron ante la portería de Valdés y le endosaron un trallazo que nuestro meta no pudo ni rozar. No cabe duda: un gravísimo error de concentración, de estar, como yo, más pendientes de pedir un penalty no del todo claro que de controlar el juego enemigo. Pero hubo más cosas. El Rubin Kazan supo muy bien cómo jugarle al Barça, incluso mejor que el Valencia de Emery, que a su vez había pulido la técnica del Almería de Hugo Sánchez. Contra el Almería, a pesar del indigesto marcaje a Xavi, pudimos ganar; con el Valencia no pasamos del empate, y gracias. Con los rusos, por fin, hemos perdido. Eso quiere decir, sin lugar a dudas, que nuestros rivales, todos nuestros rivales, nos están tomando la medida, y nuestros chicos no saben cómo superarlos. Lo de ayer, desde cierto punto de vista, fue lamentable: durante repetidas ráfagas, que pasaban como una exhalación ante nuestros ojos, volvimos a ver al Barça de antaño, de hace apenas 8 ó 9 meses (aunque, para mí, como he dicho más de una vez, el juego verdaderamente sublime quedó aparcado con el inicio de la segunda vuelta de la temporada pasada), pero, extrañamente, ninguna de esas jugadas portentosamente trenzadas tuvo su culmen en forma de gol. Cuando encajamos el tempranero tanto del R.K., yo estaba seguro de que íbamos a empatar en la siguiente llegada, de que íbamos a comernos por los pies a los rivales en unos segundos. Sin embargo, tras millones y millones de toques, tras un derroche de tiki-taka que hubiera entusiasmado al finado Andrés Montes, tan sólo Ibrahimovic logró meter una en la portería de los cosacos de Kazan, exactamente 45 minutos después de su primera y prácticamente única llegada. El empate parecía la puerta abierta hacia el triunfo, y todo indicaba que así iba a ser: el control, el desgaste físico, la fe ciega en la victoria. Pero para vencer no puede uno volver a desconcentrarse. El segundo gol del Rubin Kazan fue casi idéntico al primero: una contra vertiginosa que nuestra defensa fue absolutamente incapaz de atajar. Ahí se acabó el partido. Ni el toque ni el control y ni siquiera la fe marcan goles. Hay que empezar a preguntarse, todavía sin excesivos tremendismos, qué nos está pasando. Sí, ganamos partidos, incluso hemos cosechado más y perdido menos puntos (al menos en Liga) que en el ejercicio anterior, pero ¿dónde están aquellas goleadas por 4, 5 o hasta 6 goles? ¿Dónde quedó ese despliegue de fútbol eléctrico, ese hambre de balón, esa perfección insuperable que a todos cautivaba y nadie conseguía quebrar? Está claro que un estilo de juego definido como el del Barça llega un momento en que puede ser neutralizado por algún que otro rival con la lección bien aprendida, pero, aun así, ¿cómo justificar la sequía goleadora?. ¿De verdad es tan complicado marcar goles simples, tras una carrera, tras un descuido, con un chupinazo desde fuera del área o incluso de penalty? Los penaltys, visto lo visto, no nos los van a pitar ni aunque nuestro delantero acabe sangrando y partido en dos, así que hay que buscar los goles de los otros modos más convencionales. Ibrahimovic lo intenta, y ayer, incluso, lo consiguió, pero siempre a costa de haber tratado de hacer lo más bonito, lo más difícil, lo más inverosímil. Pedro "sólo" marca golazos, golazos que desatascan partidos especialmente complicados, Henry estás más muerto que vivo y Bojan, recién salido de su lesión, tiene la pólvora mojada. Tal vez, sólo tal vez, Maradona no ande totalmente desencaminado: Messi podría y debería hacer más, y no sólo con su Selección. Argentina le necesita, pero el Barça es quien le paga, y su sueldo estratosférico debería conllevar un plus de entrega e incluso de puntería. Messi lleva dos meses rindiendo a su nivel más bajo, limitándose a cortos sprints, algún pase afortunado y unos pocos tiros a puerta que parecen destinados al lucimiento del portero. Anoche, incluso Iniesta y, lo que es peor, Xavi, estuvieron por debajo de sí mismos. Andrés parecía Papá Noel regalando balones a los rusos, y el de Tarrasa anduvo correcto en el pase pero negado en la definición. ¿Y Márquez? El mexicano tiene el porte de un galán de culebrón y una elegancia incuestionable, pero estoy seguro de que Puyol no hubiera permitido las internadas de los ex-soviéticos. La pena es que los años no perdonan a nadie, y Guardiola pensó, erróneamente, que el R.K. era un equipo débil, que se iba a limitar a cerrarse atrás y que no iba a lanzar contragolpes tan letales como los que nos deparó. El año pasado Johan Cruyff dijo que el Barça necesitaba perder para poner los pies en el suelo, para no creérselo demasiado, y es incuestionable que, según esa misma teoría, la derrota de anoche puede ser bienvenida. Bienvenida, para pulir defectos, para corregir errores, para exigirle más a quienes más tienen que aportar. Por suerte, aún no es demasiado tarde.
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