Messi marcó con el corazón


Dicen que Messi marcó con el pecho el gol que valió el sexto título. Incluso he leído que lo marcó con el escudo. Yo creo que lo marcó con el corazón. De alguna manera, el Dios del Fútbol quería que se hiciera justicia, y no hubiera sido justo que el sexto y último título del año, el único que nos quedaba por ganar, se nos escapara de entre los dedos. Es cierto que este Barça, por diferentes razones (que a continuación vamos de nuevo a analizar), ya no juega como lo hacía a finales de 2008 (el punto álgido de su arte magistral), pero, aun no rozando el Olimpo balompédico nada más que en minutos ocasionales de partidos puntuales, la inteligencia y perseverancia de su entrenador, el talento de sus jugadores, la fidelidad a su estilo de juego, la superioridad incontestable de sus posesiones de balón y la alegría de su planteamiento ofensivo se merecían el colofón del Mundial de Clubs, la guinda de una victoria ante los estudiantes argentinos que, como todos los clubs del mundo, creyeron poder derrotarnos simplemente marcando primero y amarrando el resultado después. Cuando todo parecía perdido, emergió el pequeño Pedro devenido en gigante colosal, y, cuando parecía que la injusta lotería de los penalties iba a ser lo que decidiese quién se llevaba los honores, Lionel "Leo” Messi sacó pecho y con su corazón, que compartía el latir de todos los culés de todo el mundo, marcó el tanto que sentenció el encuentro, nos deparó la sexta Copa y coloca al Fútbol Club Barcelona en los libros de Historia e incluso en el Guinness de los Records. Como bien dijo Xavi, "quizás otros equipos puedan igualarnos y ganar, alguna vez, los seis títulos oficiales a los que se puede optar, pero nadie, nunca, podrá superarnos". "Si perdéis, no pasa nada, seguiréis siendo los mejores del mundo; pero si ganáis, seréis eternos", cuentan que dijo Guardiola a sus jugadores justo antes de empezar el partido. Y, como casi siempre, el técnico de Sampedor tenía razón. Todos recordamos (los más jóvenes, gracias a la canción de Serrat "Temps era temps") que una de las más gloriosas alineaciones del Barça la formaban "Bassora, César, Kubala, Moreno y Manchón" y todos sabemos que en el "Dream Team" de Johan Cruyff jugaban Laudrup, Bakero, Stoichkov, Zubizarreta, Salinas, Amor e incluso un joven Guardiola, pero estoy seguro de que, dentro de muchos años, incluso los niños recitarán de carrerilla los nombres de Valdés, Alves, Puyol, Piqué, Abidal, Xavi, Touré, Iniesta, Messi, Eto'o y Henry, la alineación más habitual de este Barça de las Seis Copas. Eso es la Eternidad. Pero no hay que dormirse en los olorosos laurales de la gloria, ni siquiera cuando la gloria es absoluta y unánimemente reconocida. Quienes, desde esa malintencionada prensa madrileña, hablan de fin de ciclo, exageran de cabo a rabo, pero los que afirman (afirmamos) que, incluso sin dejar de acumular trofeos, el equipo no llega al nivel de excelencia de la temporada pasada, tienen toda la razón y se merecen ser escuchados. Durante la primera parte de la Final del (mal llamado) mundialito, el Barça mereció perder. Valdés cometió el enésimo de sus fallos individuales, Xavi estuvo tan apagado como durante el último mes (cosa que empieza a ser muy, muy preocupante; ¿qué le pasa a Xavi?), Keita se lesionó sin motivo ni razón (estaba tocado, como todo el mundo sabe, y Touré estaba disponible y ansioso por jugar), Henry, aunque se entregó más que en otras ocasiones, fue el lamentable lastre para la banda izquierda e Ibrahimovic o estaba en fuera de juego o las fallaba todas o se "conformaba" con ser un pasador de lujo. Lo de Valdés, ciertamente, ya lo sabíamos: lo de que es "el mejor portero posible para el Barça" y lo de que "en mi Barça juegan Valdés y diez más" son milongas y chorradas baratas, porque Víctor el Rapado vive siempre entre la loa y el vilipendio. Para una buena actuación que tiene, es responsable directo de goles absurdos que luego el colectivo tiene que superar. Ni siquiera la defensa que tuvo el sábado, con Alves, Puyol y Piqué a un nivel algo más apagado que de costumbre y un soberbio Abidal, al que la competencia con Maxwell ha convertido en un lateral zurdo cada día mejor, pudieron hacerle mejor de lo que es realmente. Por lo que respecta a Xavi, no vale la excusa de que siempre le marcan individualmente; una cosa es que en los últimos partidos pueda entrar menos en juego, y otra que las pocas decisiones que puede adoptar y los pocos pases que le permiten dar sean menos satisfactorios de lo que en él es habitual. La baja de Iniesta se notó el sábado y se seguirá notando hasta que el manchego vuelva a coger la forma que pierde constantemente (¡malditas lesiones musculares!), y por desgracia, Keita no puede sustituirle. Para esta posición sí habría que hacer un esfuerzo para ir a por uno de los pocos que están casi a su altura: Cesc Fábregas. Para la banda izquierda, Pep tendría que tener un par de huevos y sentar a Henry en el banquillo (y venderlo en Junio), porque el pobre casi nunca está fino y, cuando lo está, ya no puede sobrepasar a las defensas rivales. La alternativa natural debería ser Ribéry, pero a este mercenario le tienta más la pasta que le pagaría Florentino que la posibilidad de jugar en el mejor equipo del firmamento actual, así que o nos ceden a Robinho o habría que apañarse con Pedro el Salvador o incluso con Jeffrén, que fue el revulsivo de la Final ante Estudiantes de La Plata. Lo dicho: no hay que limitarse a hablar de la gloria y la leyenda, sino engrandecerlas. No sólo es posible, sino que, además, debería ser obligatorio, teniendo el equipo que tenemos y un entrenador tan divino y tan humano que lloró de felicidad porque sonreir más ya no es posible.

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