No hay placer mayor

Mientras que uno de los rasgos más negativos de los aficionados culés es que solemos desconfiar de los nuestros y dudar hasta última hora de nuestras posibilidades tras haber sufrido cualquier mínimo revés, lo más significativo de los merengues es que, todos los días y pase lo que pase, se jactan de que son los mejores, los más guapos, los más altos y los más anchos. Claro que tanta autoconfianza da paso al orgullo, y éste a la prepotencia y a la chulería. Son, todos ellos, calificativos que todos hemos leído alguna vez para definir lo que es el madridismo. Nosotros, para justificar nuestra convicción de que el Barça es el mejor equipo del mundo, tenemos que armarnos de seis títulos y un juego que enamora. A ellos les basta con decírselo a sí mismos, amparándose en la presión mediática de sus periódicos, radios y televisiones afines y con la aquiescencia de ese disparatado número de españolitos que, por cuestiones políticas, ha convertido al Madrid patriótico en adalid mesiánico contra el Barcelona separatista.

Por todo ello y por mil razones que no soy capaz de describir con palabras, es tan inmensamente reconfortante ver morder el polvo a esa banda de mercenarios disfrazados de blanco, que, con honrosas excepciones (Casillas, Raúl y pocos más), el único color que defienden es el de los billetes que Florentino les paga, y el único escudo que pueden besar con sinceridad es el que reluce en la parte delantera de sus Mercedes, Audis y BMWs. Lo mejor del partido del sábado fue ver las caritas que les quedaron a Xabi Alonso, Sergio Ramos y, especialmente, el indescriptible Cristiano Ronaldo, tan presuntuoso y tan ególatra que a punto estuvo de inflar a hostias a un periodista que le preguntó si no era verdad que haber perdido nuevamente ante el Barça podía considerarse un fracaso. Para este nuevo "partido del milenio", tuve la suerte de reunir en mi casa a varios amigos barcelonistas (además de catalanes de nacimiento o adopción, cosa que, ante tales eventos, se agradece especialmente), uno de los cuales se trajo consigo su televisor gigante en el que todavía lucieron más la impotencia y la derrota de los anfitriones y la satisfacción de los visitantes.
Puede que el resultado no fuese tan escandaloso como el cosechado el pasado año, y que la superioridad de los nuestros fuese algo menos abrumadora que entonces, pero seguimos estando bastantes escalones por encima de la Galaxia 2.0. En todas las líneas y casi en todos los momentos, los azulgrana fueron superiores a los madridistas. Incluso cuando, en la primera parte, Xavi parecía asfixiado por la presión de sus marcadores, la defensa (Piqué, Puyol y Milito se lucieron de lo lindo) y Valdés fueron la pesadilla de Cristiano e Higuaín.

Poco después de ser injustamente amonestado, Xavi le dio a Messi el fantástico pase que propició el primer gol, y, al inicio del segundo tiempo, hizo lo propio con Pedro.  Dos goles no son seis, pero se hicieron suficientes. E incluso pudieron ser más, toda vez que las estrellas merengues disfrutaron de una de sus peores y más negras noches. Pellegrini parece que tiene ya un pie y medio fuera (cosa que a mí me parece que nos perjudica, porque, al fin y al cabo, les hemos ganado las dos veces y en ninguna nos han podido marcar ni siquiera un gol), Messi fue inmensamente superior a Cristiano, Xavi venció con holgura a Xabi y Valdés le ganó el pulso a Casillas. Tras el Bernabeu y, a falta de lo que suceda de aquí al 22 de mayo, nuevamente líderes, con tres puntos por encima y con el goal average a favor. No cabe duda, no hay placer mayor que derrotar al Real Madrid en su templo sacrosanto.

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