Poco morbo... y menos goles


Pues sí. Ya se pasó la primera entrega (aún queda la vuelta en el Camp Nou) del llamado “Partido del Morbo”, en el que Samuel Eto’o y Zlatan Ibrahimovic iban a demostrar a sus antiguos clubes sus nuevas prestaciones vistiendo sus actuales camisetas, con especial atención a las ansias de venganza del futbolista camerunés. Visto lo visto, creo que todos salimos un poco defraudados. Para empezar, el propio Samuel, que fue neutralizado en todo momento por Piqué y, sobre todo, un gran Puyol; al final, el león indomable incluso trató de marcar de falta directa, al ver que ni le olía el sudor de los sobacos a Valdés. El argentino Diego Milito supuso una amenaza bastante más consistente, aunque la mala suerte de la grave lesión de su hermano Gabi (¿volverá algún día a jugar con el Barça?) nos privó de un mucho más morboso duelo fratricida. En cuanto a los otros que regresaban a su antigua casa, el pobre Maxwell no salió ni a calentar, y el bueno de Zlatan, pues… No sé, amigos y amigas, mis sensaciones con respecto a Ibrahimovic varían tanto durante los 90 minutos que dura un partido, que me tienen el corazón… partido. La idea de que hemos hecho una locura cambiando a Eto’o por este artista sueco me asalta constantemente, y tan sólo me tranquilicé un poco cuando ví que ni uno ni otro lograron mojar. Porque el arte de Ibra, que no dudo que existe, brilla durante tan contadas ocasiones que corremos el riesgo de no estar mirándole en ese breve y efímero instante. Su eficacia goleadora es, todavía, risible; sí, marcó dos goles en dos encuentros, pero ¿y las decenas de ocasiones que desaprovechó? Casi pena me da verlo caminar sin rumbo, consciente de que muchas veces sus compañeros no se atreven a darle balones temiendo que los resuelva con esa imprecisión que todavía le caracteriza. Pero lo que más me disgusta es que, tan sólo 24 horas antes, los merengues habían marcado cinco goles en su partido de Champions, que contrastan con la nulidad que nosotros materializamos en el Giuseppe Meazza. O sea, no es que el Barcelona no jugara bien e incluso muy bien en algunos momentos, pero, de puertas afuera, es mucho más impactante un titular que reza “El Madrid le endosó una manita al Zurich” que uno que dice “El Barça juega bien pero es incapaz de marcar un gol”. Por lo demás, todos los nuestros estuvieron más o menos bien: Piqué y Puyol, atentos e infalibles; Abidal y Valdés, aprobados pero con algunas faltas de atención que no tuvieron mayores consecuencias; Alves, Xavi y Keita, fieles a sí mismos pero sin deslumbrar; Ibrahimovic, inseguro; Messi, eléctrico pero sin puntería; y Henry, poco menos que desaparecido en combate hasta segundos antes de ser sustituído por Iniesta, cosa que pareció incomodarle bastante. Guardiola y Eto’o no se cruzaron hasta el final, cuando se dieron un apretón de manos con muy poco feeling, y yo me atrevería a asegurar que Samu, inconscientemente, se refrenó en su supuesta revancha contra su ex-equipo, como si algo en su interior le impidiera ser el verdugo de Víctor Valdés.

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